miércoles, 27 de mayo de 2015


Crónica de una Muerte Anunciada

PERSONAJES:

SANTIAGO NASAR: Personaje principal. Joven hombre de un pueblo en el Caribe, heredero de una finca y fortuna. Es asesinado por los gemelos Vicario. Creyente católico, gusta de la pachanga. Nunca supo que lo iban a matar hasta minutos antes de que ocurriera.

ÁNGELA VICARIO: Personaje principal. Joven mujer que se casa con Bayardo San Román pero es regresada a su familia cuando su esposo se da cuenta de que no era virgen. Ángela era la más bella de cuatro hermanas, pero tenía un aire desamparado y una pobreza de espíritu cuando era joven. Cuando es más grande, es persistente al tratar de recuperar a su marido con las cartas que envió por 17 años y cuenta con descaro y desmesura su desventura pasada.
BAYARDO SAN ROMÁN: Personaje secundario. Joven de familia rica que va al pueblo a buscar mujer para casarse. Es de mirada triste y muy orgulloso.
PABLO Y PEDRO VICARIO: Personajes secundarios. Asesinan a Santiago Nasar para salvar el honor de su hermana. Son religiosos, moralistas y gustan de la pachanga.
NARRADOR: Personaje principal. Busca la verdad de los sucesos en el asesinato de Santiago Nasar y a base de entrevistas, conforma la historia. Primo de los Vicario y gran amigo de Santiago Nasar.
CAPITULO 1
El día que mataron a Santiago Nasar, se levantó a las 5:30 de la mañana, después de haber asistido el día anterior a la boda de Ángela Vicario. Se dirigía al puerto para recibir al obispo que venía en barco a darle la bendición al pueblo, su padre era árabe, tenía una hacienda y le gustaban las armas, mientras que su madre era sensible y sólo amaba a su hijo.
Salió vestido de lino blanco después de haber desayunado. Victoria Guzmán, la cocinera, estaba enterada de que iban a matar a Santiago, pero no le dijeron nada porque en el fondo, Victoria Guzmán deseaba que lo mataran. En el suelo, había una carta de advertencia para Santiago en donde le especificaban quiénes lo matarían, por qué razones y a qué hora lo harían, pero cuando Santiago salió, ni él ni nadie la vio hasta después del asesinato.
Santiago Nasar salió por la puerta principal y se dirigió rumbo al puerto. Al pasar cerca de la tienda de Clotilde Armenta, Pedro y Pablo Vicario, gemelos de 24 años, ya estaban esperando a Santiago para matarlo,El obispo no bajó del barco y desde allí dio la bendición. Santiago se sentía decepcionado, pues esperaba besarle la mano. De regreso se encontró con Margot, la hermana del narrador, quien invitó a Santiago a la casa a desayunar, pero éste prometió regresar en cuanto se cambiara de vestimenta. Muchos de los que estaban en el puerto sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar. Don Lázaro Aponte, alcalde municipal, creyó que ya no corría ningún peligro, asimismo, el padre Carmen Amador. Cuando Margot caminaba rumbo a su casa, se enteró del escándalo que circulaba: la hermosa Ángela Vicario, que se había casado el día anterior, había sido devuelta a casa de sus padres porque el esposo encontró que no era virgen. Nadie podía explicarle cómo fue que el pobre Santiago Nasar terminó comprometido en semejante enredo, pero sí sabía con seguridad que los hermanos de Ángela lo estaban esperando para matarlo. Margot le contó a su madre la posible tragedia y ella salió rápidamente para avisarle a Plácida acerca de los intentos de asesinato contra su hijo, sin embargo, cuando iba en la calle, le dijeron que ya era muy tarde, Santiago ya había sido asesinado.

CAPITULO 2
Bayardo San Román, el hombre que devolvió a la esposa, había venido por primera vez en agosto del año anterior: seis meses antes de la boda. Andaba por los 30 años, era muy rico, tenía los ojos dorados, de cintura angosta y parecía un hombre triste. Nadie supo nunca a qué vino realmente, se decía que andaba de pueblo en pueblo buscando novia para casarse. La noche en que llegó dio a entender en el cine que era ingeniero de trenes y habló de la urgencia de construir un ferrocarril. Nunca se estableció muy bien cómo se conocieron él y Ángela, pero supuestamente un día Bayardo vio a Ángela caminar por la calle junto con su madre y dijo que se casaría con ella.
Ángela Vicario era la hija menor de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio Vicario, era ciego y orfebre de pobres. Purísima del Carmen, su madre, había sido maestra de escuela hasta que se casó. Las dos hijas mayores de Pura se habían casado muy tarde y una hija intermedia falleció de fiebres crepusculares.
Ángela era la más bella de las cuatro, pero tenía un aire desamparado y una pobreza de espíritu que le aguardaban un porvenir incierto.
Al muy poco tiempo, Bayardo San Román le propuso matrimonio a Ángela. Ella no estaba muy convencida de convertirse en su esposa, pero él había atrapado con sus encantos a la familia Vicario y además representaba una gran bendición, tomando en cuenta el estatus social de la familia. La madre de Ángela pidió que Bayardo San Román acreditara su identidad, pues hasta entonces nadie sabía quién era. Bayardo trajo a su familia para ponerle fin a las distintas conjeturas y chismes que circulaban en el pueblo acerca de su identidad.
El día de la boda se fijó pronto y hubiera sido antes de no ser por el luto que guardaban los Vicario. Ésta se iba a celebrar en casa de la familia Vicario, la cual requería de remodelaciones para la cantidad de invitados, incluso Bayardo alquiló las casas de los vecinos para que tuvieran más espacio para el baile. Asimismo, ya estaba dispuesto el nuevo hogar de la pareja, una casa en la colina que pertenecía al viudo Xius y era la casa más bonita del pueblo,
Nadie hubiera pensado que Ángela Vicario no fuera virgen, dado que nadie le había conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro.las hermanas quienes le aseguraron que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes de la infancia y que habían trucos para engañar al marido con la reposición de otra sábana que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, la sábana de hilo con la mancha de honor. Al novio le regalaron un automóvil convertible con su nombre grabado en letras góticas y a la novia le regalaron un estuche de cubiertos de oro puro.
El acto final terminó a las seis de la tarde, cuando se despidieron los invitados de honor y el buque se fue con las luces encendidas, dejando un reguero de valses de pianola. Los recién casados aparecieron poco después en el automóvil descubierto y después de festejar un rato, Bayardo ordenó que siguieran bailando por cuenta suya y se llevó a la esposa aterrorizada para la casa de sus sueños donde el viudo Xius había sido feliz. La parranda pública se dispersó en fragmentos hasta la media noche. Santiago Nasar, quien gustaba de hacer cálculos sobre los gastos de la fiesta, estuvo festejando y bebiendo con el narrador, Enrique, Cristo Bedoya e incluso con los hermanos Vicario 5 horas antes de que lo mataran.
Por la madrugada, Bayardo San Román entregó a su suegra a Ángela Vicario, sin pronunciar una sola palabra, posteriormente se despidió de Pura con un beso en la mejilla.
Pura Vicario golpeó con mucha rabia a su hija y cuando los gemelos volvieron a casa, un poco antes de las tres de mañana, escucharon la sentencia que Ángela hacía en contra de Santiago Nasar, el que supuestamente la despojó de su virginidad.
CAPITULO 3
El abogado de los Vicario sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que lo hubieran hecho mil veces más por los mismos motivos. Los gemelos se rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen. Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados.
Nunca hubo una muerte más anunciada. Después de que la hermana les reveló el nombre, los gemelos Vicario pasaron por el depósito de la pocilga, donde guardaban sus cuchillos para descuartizar cerdos, y escogieron los dos mejores que tenían. Los envolvieron en un trapo y se fueron a afilarlos en el mercado de carnes. Faustino Santos, un carnicero amigo, los vio entrar a las 3:20 y mientras los gemelos afilaban sus cuchillos anunciaron que iban a matar a Santiago. Nadie les hizo caso porque pensaban que estaban borrachos, pero Faustino percibió una luz de verdad en la amenaza de Pablo Vicario y le comunicó lo ocurrido a un agente de la policía que pasó a comprar una libra de hígado para el desayuno del alcalde. El agente se llamaba Leandro Pornoy, quien fue a la tienda de Clotilde Armenta cuando los gemelos estaban sentados esperando.
Clotilde Armenta tenía una tienda que vendía leche al amanecer y víveres durante el día, y se transformaba en cantina desde las seis de la tarde. Esa mañana, Clotilde estaba levantada más temprano porque quería terminar de vender la leche antes de que llegara el obispo.
Los hermanos Vicario entraron a las 4:10 y éstos anunciaron, que andaban buscando a Santiago Nasar para matarlo. El agente Leandro Pornoy, que iba por la leche del alcalde, comprendió las intenciones de los hermanos y le avisó al coronel Lázaro Aponte. Éste se dirigió a casa de Clotilde y sólo les confiscó los cuchillos a los hermanos. Clotilde estaba desilusionada, pues esperaba que arrestaran a los gemelos hasta esclarecer la verdad del conflicto. Los hermanos Vicario habían contado sus propósitos a más de doce personas que fueron a comprar leche, y éstas lo habían divulgado por todas partes antes de las seis. A Clotilde le parecía imposible que no se supiera nada en la casa Santiago así que le mandó un recado urgente a Victoria Guzmán, la criada de Santiago, para alertar a Santiago del peligro.
Faustino Santos no pudo entender porqué habían vuelto los gemelos a afilar sus cuchillos, y al oírlos gritar que iban a sacarle las tripas a Santiago, creyeron que estaban borrachos y exagerando, sin embargo, Clotilde notó que los gemelos llevaban la misma determinación de antes para matar a Santiago.
Pedro Vicario, según declaración propia, fue el que tomó la determinación de matar a Santiago Nasar, y al principio su hermano no hizo más que seguirlo. Pero también fue él quien pareció dar por cumplido el compromiso cuando los desarmó el alcalde, y entonces fue Pablo Vicario quien asumió el mando.
Santiago Nasar entró a su casa a las 4:20 después de haber estado, primero en la fiesta, después, junto con Luis Enrique, el narrador y Bedoya, fue a casa de los novios para reventar petardos en honor a los novios y finalmente estuvo en casa de María Alejandrina hasta pasadas las tres. Luis Enrique, por su parte, llegó muy borracho a su casa y se quedó dormido en el baño, mientras que el narrador permaneció en casa de María Alejandrina.
A las 5:30, Victoria Guzmán despertó a Santiago para ir a recibir al obispo, pero no le dijo nada con respecto al mensaje que habían enviado. Por otra parte, Luis Enrique había visto a los gemelos antes de regresar a casa, pero estaba tan borracho que no recuerda lo que le dijeron ni lo que él contestó. A la mañana siguiente, oyó sin despertar los primeros bramidos del buque del obispo. Después se durmió a fondo, rendido por la parranda y lo despertó un grito histérico de su hermana Margot que decía que habían matado a Santiago.
CAPITULO 4
Los estragos de los cuchillos fueron apenas un principio de la autopsia inclemente que el padre Carmen Amador se vio obligado a hacerle a Santiago Nasar por ausencia del doctor Dionisio Iguarán. Siete de las numerosas heridas eran mortales. Lo habían herido en el páncreas, el pulmón, el hígado, los brazos, la mano, etc. La autopsia se realizó dentro de una escuela pública del pueblo.
Entre tanto, los hermanos Vicario estaban encerrados en la cárcel, sin poder conciliar el sueño porque todo su cuerpo y sus ropas olían a Santiago, de hecho, todo el pueblo olía a Santiago Nasar. Pensaban que querrían matarlos en venganza a su acto. El temor de los gemelos respondía al estado de ánimo de la calle.
La familia Vicario se fue completa del pueblo, hasta las hijas mayores con sus maridos, por iniciativa del coronel Aponte. Se fueron a Manaure sin que nadie se diera cuenta, cerca de Riohacha, donde estaban presos los gemelos.
Para la inmensa mayoría, sólo hubo una víctima: Bayardo San Román, quien después de haber regresado a Ángela, bebió tanto en la colina de Xius que lo encontraron en estado de urgencia por intoxicación etílica. La madre de Bayardo y sus hermanas fueron a acompañarlo en la pena. Después se marcharon del pueblo y tanto la casa en la colina como el coche convertible, se desintegraron con el paso de los años.
Después de 23 años, el narrador vio a Ángela Vicario en la terraza de una casa. Ella nunca hizo ningún misterio de su desventura y la contaba a quien le preguntara con sus pormenores a excepción del secreto que nunca se pudo aclarar: quién fue, cómo y cuándo el verdadero causante de su perjuicio, pues nadie creyó que en realidad hubiera sido Santiago Nasar, quien era demasiado altivo para fijarse en ella. Ángela contó que siempre se quedó grabada en su memoria la imagen de Bayardo y si lloraba o sentía pena, era por él. Ángela lo vio un día salir de un hotel, pero él no la vio. Nació todo de nuevo y ella se volvió loca de remate por él. A partir de entonces comenzó a escribirle, poco a poco las cartas se hicieron semanales, pero no había respuesta alguna. A Ángela le bastaba saber que él las estaba recibiendo, pero era como escribirle a nadie.
Una madrugada, por el año décimo, la despertó la certidumbre de que él estaba desnudo en su cama. Ángela le escribió entonces una carta febril de 20 pliegos en la que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón desde su noche funesta. Pero no hubo respuesta y a partir de entonces ya no era consciente de lo que escribía a ciencia cierta, pero lo siguió haciendo por 17 años.
Un medio día de agosto, mientras Ángela bordaba con sus amigas, Bayardo San Román, más gordo y viejo, apareció con una maleta con ropa para quedarse y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito, ordenadas por fechas, en paquetes cosidos con cintas de colores y todas sin abrir.

CAPITULO 5
La mayoría de quienes pudieron hacer algo para impedir el crimen y sin embargo no lo hicieron, se consolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son sagrados. Flora, la novia de Santiago, se fugo con un teniente de fronteras que la prostituyo entre los caucheros de Vichada. El juez instructor apareció doce días después del crimen. Tuvo que pedir refuerzos por la muchedumbre que se precipitaba a declarar sin ser llamada. 20 años después se buscó pero no se encontró el nombre del juez instructor del caso. Lo bueno de esta historia es que no se encontraron ninguna prueba de que Santiago hubiera sido el agresor. Las amigas de Ángela Vicario declararon que les había hecho cómplices de ese secreto desde antes de la boda pero no les había revelado ningún nombre. El juicio solo llego a durar tres días. A todos no le caía bien Santiago, a Polo Carrillo, el dueño de la planta eléctrica, pensaba que su serenidad no era inocencia sino cinismo.
La gente se dispersaba hacia la plaza, en el centro había dos personas, Santiago y Cristo Bedoya pero nadie los avisaron. Yamil Shaium un árabe, amigo del padre de Santiago le iba a advertir pero pensaba que si el rumor era infundado le iba a causar una alarma inútil.
Cristo después de medio escuchar a Yamil salió en busca de Santiago pero no lo encontró. Fue en busca de él, paso por su casa y su dormitorio y allí no estaba y aprovecho para coger un arma de la habitación de Santiago pero se dio cuenta que después del asesinato que estaba descargada. Siguió su busca pero los gemelos, le llamaron desde la tienda de leche y los gemelos le dijeron que le dijera a Santiago que le estaban esperando para matarle. Por detrás de los gemelos apareció Clotilde y le dijo que se diera prisa porque en este pueblo de maricas solo un hombre como tu podías impedir la tragedia. La gente regresaba del puerto y tomaba sus posiciones en la plaza. En la puerta del club Social se encontró con el coronel Aponte y le dijo que los gemelos lo querían matar y tenían nuevos cuchillos. Entonces el coronel prometió ocuparse del tema pero entró un momento al club a confirmar una partida de domino de esa misma noche y mientras estaba dentro ocurrió el asesinato. Cristo Bedoya creía que estaba en su casa desayunando con su hermana y se fue a su casa. A medio camino escucho gritos remotos y le pareció que están reventando cohetes por el rumbo de la plaza. Trato de correr pero cuando llego le pregunto a su madre y le contesto: dicen que lo han matado pero Santiago se había metido en la casa de su novia donde su padre le dijo la verdad, que lo buscaban para matarlo así que se fue la gente se había colocado en la plaza como en los días de desfile. Toda la gente le estaba chillando. Así que entró en la casa de su novia nuevamente buscando la escopeta de caza pero no la encontró. Salió nuevamente a la plaza y hecho a correr hacia a su casa pero su madre cerró la puerta principal creyendo que su hijo ya estaba dentro.
Santiago llego a golpear varias veces con los puños la puerta pero los gemelos ya habían llegado, el se giró y se los encontró allí mismo y empezaron a acuchillarle y no pararon hasta verlo caer en el suelo.
Después de buscarlo a gritos por los dormitorios oyendo sin saber de donde eran los gritos que no eran lo suyos, Placida se asomo a la ventana de la plaza y vio a los gemelos que corrían hacia la iglesia y detrás a Yamil con un escopeta de caza. Creyendo que ya había pasado el peligro salió al balcón del dormitorio y vio a Santiago frente a la puerta bocabajo, tratándose de levantar de su propia sangre. Se incorporó de medio lado y se echo a andar en un estado de alucinación, sosteniendo con las manos las vísceras colgantes. Camino más de cien metros para darle la vuelta a la casa y entrar por la puerta de la cocina. Atravesó el jardín de los vecinos encontrándose con Wenefrida Márquez y ella le pregunto que le pasaba y el le respondió que lo habían matado. Tropezó en el último escalón pero se incorporó de inmediato y hasta tuvo el cuidado de sacudir con la mano la tierra que le quedó en las tripas, dijo Wenefrida después.
Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis y se derrumbo de bruces en la cocina.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Relatos de un náufrago

CAPÍTULO I
COMO ERAN MIS COMPAÑEROS EN EL MAR
Luis Alejandro y sus compañeros llevaban ocho meses de estar en Mobile, Alabama para reparar el destructor de la marina de guerra “Caldas”, así como para recibir entrenamiento especial. Hacían lo que todos los marinos hacen en tierra: iban al cine con  la novia, se reunían en el Joe Palooka donde tomaban wiskey y armaban una bronca de vez en cuando.
La novia de Luis se llamaba Mary Address, a quien apodaban María Dirección.
Una semana antes de regresar a Colombia, Luis y sus compañeros fueron a ver la película “El motín del Caine”. La escena de la tempestad en el barco los impresionó a tal grado, que Luis se llenó de miedo. Él y su mejor amigo, Ramón Herrera, decidieron un par de noches antes de regresar a Colombia que abandonarían la marina a pesar de haber servido 12 años.
Los malos presentimientos y el miedo continuaron hasta el día en que partieron, pero nadie se hubiera imaginado que ese, en efecto, sería su último viaje.
Los invitados de la muerte
El día que zarparon, Luis no pensaba en Mary Address, su novie en Mobile, sino en la fuerza e incertidumbre del mar. El barco cruzaría el Golfo de México, peligrosa ruta en esas fechas. Jaime Martínez Diago ocupaba el puesto de teniente, fue el único oficial muerto en la catástrofe. Luis Rengifo fue su compañero de litera, era estudioso y hablaba el inglés perfectamente. Había estudiado en Washington y estaba recién casado de una dominicana.
Cuando se fueron a dormir el mar se sentía muy alborotado. Luis Reginfo se burló advirtiendo que cuando él se mareara el mar también lo haría y ello desató los malos presentimientos que Luyis Alejandro había olvidado.

CAPÍTULO 2
MIS ULTIMOS MINUTOS A BORDO DEL “BARCO LOBO”
El 26 de febrero, por la mañana, ya estaban en el Golfo de México y los temores de Luis desaparecieron. El cabo Miguel Ortega volvía el estómago todo el día y su malestar no mejoraba por la marea. Al entrar al mar Caribe, Luis sintió el mareo y la inquietud del Caribe. Los temores regresaron y se los comentó a Luis Reginfo, pero éste le aseguró que el barco no sufriría ningún accidente porque era un barco lobo. Entonces los temores se agudizaron junto con el recuerdo constante de la película “El motín del Caine”
El 27 de febrero, a la medianoche, los tripulantes recibieron la orden de pasarse al lado de babor para hacer contrapeso y estabilizar el demoledor. Los malos presentimientos regresaron porque el mar estaba muy picado. A las 5:30 de la madrugada Luis hizo guardias en cubierta con sus compañeros Ramón Herrera, Eduardo Castillo, Luis Rengifo y el Cabo Miguel Ortega. De hecho este último no habría muerto si hubiera permanecido en su camarote por su estado descompuesto.
Era imposible descansar con el movimiento constante del barco. A pesar de que el día era despejado, las olas eran cada vez más altas y golpeaban fuertemente la cubierta.
Luis Rengifo advirtió que el barco se estaba hundiendo. La orden para pasarse a babor se repitió. Pasó alrededor de un minuto y todos se sujetaban en silencio. Después dieron la orden de colocarse los salvavidas. Eran las 11:45 cuando una ola enorme los envistió y arrojó al mar. Por unos segundos no había nada más que mar, pero el Caldas salió entre las olas chorreando como un submarino y fue entonces cuando Luis comprendió que habían sido arrojados al mar.

CAPÍTULO 3
VIENDO AHOGARSE A CUATRO DE MIS COMPAÑEROS
El destructor se encontraba a 200 metros de su locación. Las cajas y cosas que traían de Mobile subían revueltas a la superficie. Luis trató de sostenerse a flote y se agarró de una caja. Por un momento, perdió la noción del tiempo y de lo que ocurría cuando de pronto escuchó a sus compañeros en la misma situación. Eduardo castillo, el almacenista, se agarraba del cuello de Julio Amador Caraballo. Ramón Herrera estaba en el agua, al igual que Luis Reginfo. Luis Alejandro nadó hacia una balsa y tras tres intentos logró subir. Intentó remar hacia Ramón, pero la fuerte brisa estaba en su contra y Ramón desapareció en el fondo del mar, al igual que Caraballo y Castillo. Luis Reginfo continuaba nadando hacia la balsa y Luis Alejandro intentó remar hacia él, pero a tan sólo tres metros, Luis Reginfo se desesperó y se hundió en el mar.
Eran las 12:00 en punto cuando Luis estaba en la balsa. Estaba completamente solo en medio del mar y calculó que en dos o tres horas vendrían a rescatarlo. Tenía una herida profunda en la rodilla en forma de media luna que le ardía, pero había dejado de sangrar gracias a la sal del mar. Hizo un inventario de sus pertenencias: su reloj que funcionaba perfectamente y lo miraba cada dos o tres minutos; sus llaves del locker en el destructor, un anillo de oro, una cadena de la Virgen del Carmen y tres tarjetas de almacén que le dieron en Mobile durante un paseo de compras con Mary Address.

CAPÍTULO 4
MI PRIMERA NOCHE SOLO EN EL CARIBE
La brisa movía con rapidez la balsa y Luis dedujo que sería hacia el Caribe, pues el mar no arrojaría hacia la costa una balsa muy adentrada. Pensó que alrededor de la 1:00 pm notarían su ausencia en el demoledor y enviarían helicópteros y aviones para buscarlos. El sonido de la brisa le recordaba a Luis Reginfo cuando le gritaba “Gordo, rema para este lado”. Las horas pasaban, la brisa paró, el murmullo de Reginfo también pidiendo auxilio también, y ningún avión se aproximó.
Luis estuvo esperando atento a que pasaran los aviones. Cayó el atardecer y cuando oscureció, esperaba ver las luces verdes y amarillas de los aviones en el cielo, pero sólo vio un mundo de estrellas que trató de identificar para ubicarse mejor. Se sentó al borde de la balsa, el pero lugar recomendado por sus instructores, pero sólo allí se sentía seguro de las bestias y animales marinos que pasaban debajo de la balsa. Durante cada minuto observó su reloj; lo estaba volviendo loco la espera y el tiempo pasaba lentamente. Decidió quitárselo y aventarlo al mar, pero al cabo de un rato, no lo hizo y siguió revisando la hora constantemente.
No había dormido nada esperando ver las luces de los aviones y escrutando el horizonte en busca de algún barco. Al amanecer sintió la tibia brisa, estiró su cuerpo y le dolía la piel. Recordó el demoledor, cómo a esa hora estaría comiendo su desayuno y le dio hambre. Comenzó a reconstruir lo sucedido, y de haber estado en su litera y no en cubierta, ahora todo estaría bien. Pensó que todo había sido culpa de su mala suerte y sintió angustia.
Al mediodía recordó Cartagena y pensó que sus compañeros habrían sido rescatados. De pronto vio un punto negro en el horizonte que se acercaba con gran rapidez hacia la balsa. Luis se quitó la camisa para atraer su atención

CAPITULO 5
YO TUVE UN COMPAÑERO EN LA BALSA
Agitó desesperadamente su camisa pero se había equivocado, el avión no volaba directamente hacia la balsa y desde la altura a la que iba, era imposible verlo. Se sintió desesperado y comenzó al tortura de la sed. Se cubrió con la camisa húmeda la cara y se recostó boca arriba para proteger sus pulmones del sol.
A las 12:30 escuchó un avión aproximarse y éste sí volaba a menor altura y directo hacia la balsa. Pudo ver que el avión pertenecía a los guardacostas y a una persona con binóculos asomado al mar. Ahora sí pensó que lo habían visto y agitó la camisa. El avión pasó nuevamente por encima de la balsa, pero después se fue. Seguro de haber sido visto, pensó que lo rescatarían en una hora y que probablemente estaba cerca de Cartagena y de Panamá, así que trató de remar hacia esa dirección. Las horas pasaron y no lo rescataron, cuando de pronto, de un salto, cayó en el centro de la balsa y lentamente, como cazando una presa, la aleta de un tiburón se deslizaba a lo largo de la borda.
Muchos más tiburones se acercaron a la balsa, como escoltándola, y al atardecer se marcharon. Sabía que los tiburones serían puntuales al día siguiente y que se marcharían al anochecer. El atardecer fue espectacular , había peces de diferentes colores nadando en el mar transparente. Cuando veía algún resto de pescado devorado por un tiburón, sentía que era capaz de vender su alma con tal de obtener un solo bocado. Aquella era su segunda noche de desesperación, hambre y sed. A pesar de no haber dormido nada la noche anterior, sentía fuerzas para remar hacia la Osa Menor.
Alrededor de las 2:00 am estaba completamente agotado por la sed y el cansancio. Se disponía a morir cuando de pronto vio a Jaime Manjarrés sonriente señalándole la dirección del puerto. Al principio fue un sueño, pero aún despierto lo seguía viendo. Por fin se decidió a hablarle sin sobresaltarse, pues sentía que había estado en la balsa con él siempre. Jaime Manjarrés le preguntó porqué no había tomado agua ni comido suficiente. Después estuvo silencioso un momento y volvió a señalarle dónde estaba Cartagena. Luis siguió la dirección de su mano, pero las luces del aparente puerto no eran más que un nuevo amanecer. 
CAPÍTULO 6
UN BARCO A LA VISTA Y UNA ISLA DE CANÍBALES
Luis llevaba la cuenta de los días marcándolos con unas rayas en la balsa, pero se confundió al colocar 28, 29 y 30 de febrero, así que dejó de marcar los días para evitar mayores confusiones. Su cuerpo estaba lleno de ampollas por el sol y le costaba trabajo respirar; seguía sin comer ni beber así que decidió tomar un poco de agua de mar, que no le quitó la sed, pero lo refrescó.
A las 5:00 en punto llegaban los tiburones, todavía indecisos por atacar la balsa pero atraídos por su color blanco.
Jaime Manjarrés lo siguió visitando cada noche y entre tanto, conversaban. De pronto, como a 30 km, Luis vio un barco que se movía lentamente. Estaba agotado y había brisa en su contra que le impedía acercarse más a pesar de sus esfuerzos por remar. Desolado en el mar, comenzó a gritar, pero el barco desapareció. En la mañana de su quinto día, trató de desviar la dirección de su balsa porque temía llegar a una isla habitada por caníbales, y en ese caso el agua resultaba ser más segura que la tierra.
Al mediodía trató de incorporarse para probar sus fuerzas, pero sólo sintió que ese era el momento que, según sus instructores, el cuerpo no se siente, no se piensa en nada y hay que amarrarse a la balsa. Durante la guerra, muchos cadáveres fueron encontrados atados a las balsas, descompuestos y picoteados por las aves.
Por primera vez en cinco días, los peces golpeaban contra la balsa, talvez porque su cuerpo se empezaba a podrir.
De pronto aparecieron siete gaviotas, esperanza de que la tierra estaba cerca, a dos días aproximadamente. Una pequeña gaviota permaneció al borde de la balsa y Luis esperó pacientemente e inmóvil a que ésta se acercara más para apresarla y comerla. 
CAPÍTULO 7
LOS DESESPERADOS RECURSOS DE UN HOMBRE HAMBRIENTO
Luis había escuchado de sus instructores que no debían matar a las gaviotas que son las nobles señales de la salvación, pero el hambre superaba sus principios y cuando la gaviota  se acercó más, de un tirón la capturó y le rompió el cuello, pero al verle las víceras, sentir su sangre caliente y la imposibilidad de desplumarla, sólo sintió repugnancia y no pudo comerla porque sentía que comía una rana. Tampoco podía utilizar la gaviota como carnada porque no tenía nada con qué pescar.
Tiró los restos de la gaviota y los peces se disputaron sus restos. Aquella era su sexta noche y por primera vez salía la luna que iluminaba el mar espectralmente. Esa noche, su compañero no lo visitó y cada vez que perdía la esperanza el reflejo de la luz le figuraba un barco que podía rescatarlo.
El sexto día no recordaba lo que había ocurrido, pues se sentía entre la vida y la muerte. Hizo un enorme esfuerzo para amarrarse a la balsa para no morir devorado por los tiburones. Sus mandíbulas le dolían por falta de uso y recordó que llevaba consigo las dos tarjetas del almacén en Mobile y optó por mascarlas, lo cual resultó un gran alivio. De pronto, volvió a ver las siete gaviotas y la esperanza resurgió.
El deseo por seguir mascando lo hizo masticar inútilmente sus zapatos de caucho.
La séptima noche consiguió dormir y a veces se despertaba por el golpe de las olas, pero pronto reconciliaba el sueño. 
CAPÍTULO 8
MI LUCHA CON LOS TIBURONES POR UN PESCADO
Después de siete días de estar a la deriva, dejó de seguir luchando y ahora veía el mar, el cielo, los peces que escoltaban la balsa, de manera distinta, pues si había logrado sobrevivir hasta ahora, ellos se convertían en sus compañeros. Con las manos trató de capturar unos peces, pero éstos escapaban dejándole mordidas en los dedos. Tal vez fue su sangre, pero en un momento se juntaron muchos tiburones alrededor de la balsa, alocados, devorando peces. El alboroto era tal, que sin quererlo, un pez de metro y medio saltó a la balsa. La situación era peligrosa pues si perdía el equilibrio la balsa se podía voltear entre los tiburones o bien, la presa podía escapar.
Con el remo, golpeó al pez y la sangre de éste alocó aún más a los tiburones, así que tomó entre sus piernas el pescado y mientras lavaba la sangre de la balsa, los tiburones se fueron calmando. Era un pez verde metálico con escamas fuertes que le hicieron creer que era venenoso, pero el hambre lo hizo olvidar su suposición y tras un par de bocados, logró calmar su sed y su hambre y recobró energía. Decidió envolver al pez en su camisa y en un descuido al enjuagarlo, lo perdió en una batalla contra un tiburón. Estaba tan enojado de haber perdido su única comida en muchos días, que golpeó al tiburón con el remo, pero éste, de una mordida lo partió en dos.
CAPÍTULO 9
COMIENZA A CAMBIAR EL COLOR DEL AGUA
Ahora sólo le quedaban 2 remos útiles y sabía que si continuaba peleando contra el tiburón, perdería la batalla. El cielo daba indicios de lluvia, así que se quitó los zapatos para recoger agua potable. De pronto se soltó un aire frío y una enorme ola volteó la balsa, le recordó a la ola que lo arrojó del destructor. Por unos instantes perdió la balsa pero la recuperó y optó por amarrarse a ella para no volverla a perder. Afortunadamente eran las 12:00 de la noche y no habían tiburones. Otra ola grande volteó nuevamente la balsa y esta vez, amarrado a ella, le costó trabajo aflojarse la hebilla del cinturón y aguantar la respiración. Estaba agotado y había tragado mucho agua. Ahora la principal preocupación era mantener la balsa estable.
El mar permaneció picado hasta el amanecer y no cayó la lluvia esperada. Luis volvió a tomar agua del mar, la cual ahora le hacía bien.
Una gaviota negra y vieja sobrevoló encima de su balsa, entonces comprendió que sí estaba cerca de tierra y no eran gaviotas extraviadas las que había visto en repetidas ocasiones. El mar se tornó verdoso oscuro y pensó que debía permanecer la noche en vela para observar las luces de la costa. Mientras escrutaba el horizonte, pensó en Mary Address. Era su octavo día y ese mismo día Mary Address asistía a una misa por el descanso de su alma. Quizá fueron las gaviotas y la misa lo que lograron darle un poco de paz y esperanza. 
CAPÍTULO 10
PERDIDAS LAS ESPERANZAS, HASTA LA MUERTE
La vieja gaviota se postró sobre la balsa desde las 9:00 pm y le hizo compañía toda la noche. Ésta le picoteaba la cabeza, pero no lo lastimaba, era como si lo estuvieran acariciando. Esta vez, ya no tenía deseos de comérsela pese al hambre.
Llegó el amanecer de su noveno día y aún no llegaba a tierra. Su cuerpo estaba lleno de yagas ocasionadas por el sol y el mar, la barba le había crecido hasta el cuello y su aspecto era deplorable. Entonces recordó todo el sufrimiento por el que había pasado los últimos días y se sintió desesperado. Decidió voltearse de espaldas al sol para exponer sus pulmones al sol y morir de asfixia. Ya no sentía nada, ni hambre, ni sed, ni dolor, sólo le vinieron recuerdos gratos de cuando iba a la tienda de ropa para marineros del judío Massey Nasser para ver las bailarinas tipo árabes con el vientre descubierto y tomar unos tragos. Un salto en la balsa lo hizo despertar de sus recuerdos y ya estaba atardeciendo. De pronto, una enorme tortuga de cuatro metros asomó su rostro terrorífico. Luis nunca supo si esto fue alucinación o realidad, pero el miedo que resurgió en él, lo hicieron reaccionar para luchar por su vida, pese a que en la mañana había elegido no seguir viviendo más.
Durante sus nueve días en el mar no había visto ni una brizna de hierba en la superficie, pero sin darse cuenta encontró una raíz enredada a los cabos de la malla, como otro anuncio de que tierra estaba cerca. Se comió la raíz entera a pesar de su sabor a sangre, pero ésta no lo reconfortó nada. En su noveno día en el mar, pensó que nada mejor podía ocurrir que morir. Entonces tomó la medalla de la virgen del Carmen, comenzó a rezar y se sintió bien porque sabía que iba a morir.

CAPÍTULO 11
AL DÉCIMO DÍA, OTRA ALUCINACIÓN: LA TIERRA
Durante toda la noche, la más larga de todas, tuvo alucinaciones en las cuales recorría una y otra vez los sucesos desde que cayó del barco. Su buena suerte impidió que cayera al mar en el estado que se encontraba. No podía distinguir cuánto tiempo había pasado desde que estaba en el mar. La herida punzante en su rodilla y una fuerte fiebre lo hicieron recobrar conciencia de su cuerpo. Al amanecer, le pareció ver los perfiles de unas palmeras. Creyó que era otra alucinación pero poco a poco se distinguía la tierra y las palmas. Se encontraba a 2 km. de Punta Caribana, pero ya no tenía remos para luchar contra la corriente, los había perdido cuando la balsa se volteó. Decidió nadar hasta la orilla, a pesar de su mal estado y su debilidad como último recurso para salvarse. Mientras nadaba, la Virgen del Carmen se desprendió de su cuerpo, pero alcanzó a recuperarla y la colocó entre sus dientes. De pronto, dejó de ver la tierra, pero ya había avanzado mucho para regresar a la balsa. 
CAPÍTULO 12
UNA RESURRECCIÓN EN TIERRA EXTRAÑA
Sólo después de 15 minutos, volvió a ver la tierra. Su condición de nadador le ayudaron a llegar a la orilla a pesar del agotamiento, la herida en la rodilla, las heridas en sus dedos y su debilidad. Al llegar a la playa, permaneció 10 minutos inmóvil sobre la arena recobrando fuerzas. Vio un coco que le recordó su sed y trató de abrirlo con las llaves, pero no pudo perforarlo y lo aventó con enojo. Después escuchó un perro ladrar y su entorno le indicó que estaba en un lugar poblado. De pronto una mujer negra caminabacon una olla de aluminio en la playa y Luis, pensando que estaba en Jamaica, le pidió ayuda en inglés. La mujer se fue corriendo aterrada al verlo. En realidad había llegado al lugar que menos se esperaba, a Colombia.
Después de un rato, escuchó el perro ladrar nuevamente y un hombre blanco con dos burros se acercó a  ayudarle. Luis trató de explicarle quién era, pero el hombre parecía desconocer la tragedia y le aseguró que iría al pueblo y volvería por él.  
CAPÍTULO 13
600 HOMBRES ME CONDUCEN A SAN JUAN
Después de 15 minutos, el hombre regresó con la joven negra que llevaba la olla de aluminio. Subieron a Luis en un burro y llegaron a una casa donde lo recostaron. Las mujeres en la casa estuvieron alimentándolo a base de cucharadas de agua con azúcar y canela, pues sabían que alimentarlo sin el visto bueno de un doctor, podía ser fatal.
Poco a poco se fue recuperando y Luis sentía inmensos deseos de contar su aventura, pero en ese poblado desconocían la historia porque no llegaban los periódicos, pero al darle aviso al comisario de Mulatos, una multitud de curiosos y hombres de la comisaría fueron a verlo para escoltarlo hasta Mulatos, el poblado más cercano a la civilización.
Luis se sintió como un Fakir, que había visto en años anteriores, cuando la gente hacía fila para verlo. Mujeres, niños y hombres dejaron Mulatos vacío para escoltarlo hasta algún lugar que Luis todavía desconocía.

CAPÍTULO 14
MI HEROÍSMO CONSISTIÓ EN NO DEJARME MORIR
Durante su estancia en el hospital militar, Luis tenía un guardia que lo cuidaba día y noche de que nadie se le acercara, especialmente los reporteros. En uno de sus últimos días en el hospital fue a visitarlo un reportero disfrazado de doctor psiquiatra, quien logró burlar las autoridades. El reportero le pidió a Luis que dibujara un buque y una casa e intentó realizar varias preguntas, pero el guardia se lo prohibió porque sospechaba de su falsa identidad. Al día siguiente se armó en grande en el periódico “El tiempo” con los dibujos de Luis y sus declaraciones. Le dijeron que podía demandarlos, pero le apreció simpático que alguien se disfrazara para entrevistarlo.
Luis se había convertido en héroe nacional por la hazaña de haber sobrevivido 10 días sin comer ni beber en medio del mar. Descubrió que su hazaña se había convertido en un negocio, pues le ofrecían dinero para contar su historia en la radio y en la TV así como para anunciar relojes y otros artículos. Era tan famoso que recibió cartas de Pereira con un extenso poema.
Algunas veces creen que su historia es una fantasía o invención, pero sino qué pudo hacer Luis Alejandro Velasco durante diez días en el mar.